Quien disponiendo de medios no haya visto nunca El Tercer Hombre, de Graham Greene y Carol Reed, sepa que a nivel de experiencias culturales eso resulta imperdonable. Tanto es así, que no tenemos ganas de explicar al detalle por qué estamos de acuerdo en considerarla una de las diez, cinco, dos mejores películas de la Historia del Cine. O quizá la mejor. Además da lo mismo, pues la mayoría prefiere ver excrementos post-modernos en 3D antes que cine clásico de primera categoría en blanco y negro. En realidad estas palabras son un homenaje a la ética, más que al séptimo arte. Carece de trascendencia que haya quien no quiera conocer el contexto; eso no es problema nuestro.
Desde lo alto de la noria del ruinoso Prater vienés de posguerra, el sonriente Harry Lime (perverso y narcisista Orson Welles) chupa comprimidos para su acidez estomacal mientras le pregunta al decepcionado Holly Martins (adorable Joseph Cotten), su amigo de infancia, qué haría si le ofrecieran una considerable suma de dinero por cada puntito humano que dejara de moverse allá abajo... Cobarde sin escrúpulos ni conciencia, Lime trafica con penicilina adulterada que mata a enfermos y a mujeres embarazadas y el hospital infantil de Viena está rebosante de niños en coma irreversible por culpa suya y de sus hipócritas compinches. Holly se debate entre el deseo de colaborar con la policía para poner fin a esos crímenes y los sentimientos de lealtad hacia su fraudulento amigo, al que conoce desde hace veinte años. El mayor Calloway y su ayudante el sargento Paine (maravillosos Trevor Howard y Bernard Lee) le llevan entonces al mencionado hospital infantil para que vea en persona a los puntitos humanos de Harry Lime: Niños inocentes cuyo sufrimiento no importa en absoluto a quien se enriquece a costa de sus vidas masacradas. (Un argumento que nunca pasará de moda, por cierto: Ocurre cada día más...)
El caso es que a los bebés desahuciados no se les muestra en los fotogramas; el sabio director muestra solamente la cara de tristeza que se le pone al protagonista cuando les mira. La cítara de Anton Karas contribuye a que una escena muy humilde se transforme en la experiencia ética más duradera e inolvidable para cualquier persona cinéfila de buen corazón. La mejor y más sutil, por encima incluso de la fantasmal aparición del tercer hombre, de la frenética persecución por las cloacas y del legendario plano secuencia final en la carretera del cementerio. El Museo de la Luna
jueves, abril 07, 2011
THE THIRD MAN / EL TERCER HOMBRE (Carol Reed)
Los puntitos humanos desde lo alto de la noria del Prater de Viena.