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Mathias Malzieu dio forma a temas de su gótico best-seller en un álbum musical - del mismo título que el libro - interpretado por su grupo Dyonisos en colaboración con su novia Olivia Ruiz. El video animado 'Cállate Corazón' fue dirigido en 2007 por Stéphane Berla, que comparte con Malzieu influencias estéticas muy mal disimuladas; nos abstenemos de nombrar a 'quién' recuerdan ambos, ya que ese sobrevalorado necrófilo nos cae casi tan pésimo como su antipática mujer. Según parece hay también un largometraje en producción basado en el cuento y muy probablemente decepcionará bastante a los miles de lectores encantados con él. O al menos a quienes preferiríamos no verlo reducido a un mediocre simulacro a mitad de camino entre Edward Scissorhands y La Novia Cadáver. El hecho es que en 2010 prescindieron de Benjamin Lacombe (el maravilloso ilustrador que diseñó la portada del libro) y eso ya supuso una muy mala noticia. Pero aún peor fue que entregasen la batuta de la animación al superficial Luc Besson y que éste pensase en el dibujastro Joann Sfarr como diseñador de los personajes. Ojalá hayan cambiado los integrantes de la orquesta visual, pues de lo contrario ese corazón relojero - hecho de acero, madera y piedra - tiene pinta de sonar tan hueco y pueril como la Sinfonía de los Juguetes de Leopold Mozart. Cu-cú, Cu-cú, Cu-cú.
A quien no haya leído el cuento, desde aquí le recomendamos la curiosa experiencia; no porque vaya camino de editarse cien veces en múltiples idiomas - eso no es garantía de nada - sino porque resulta de lo más interesante recuperar gracias a él la imaginación infantil. Obviamente, acabar amando-odiando a Miss Acacia de todo corazón, de novedoso tiene poco: ¿Qué mujer habrá inspirado alguna vez un amor ideal que no haya terminado convirtiéndose en irremediable desilusión? La musa del poeta Francesco Petrarca, por ejemplo; pero eso fue por dos motivos: Uno, que el platónico poeta jamás la conoció en persona; y dos, que la tal Laura murió muy joven y no le dio tiempo a generar mala vibra en él, aparte de su tristeza sepulcral. Es algo así como abrazar a un cactus cuyas espinas ya no pinchan porque el Sol lo ha convertido en polvo. Quien ame a una mujer bondadosa e inofensiva, tiene un tesoro fuera de lo común; ya puede dar gracias a las divinidades celestiales y rezar por su salud y longevidad, porque la belleza espiritual en las mujeres fue siempre tan poco frecuente como la cercanía del cometa Halley con respecto al planeta Tierra. Y lo sigue siendo; en creciente escala poblacional.
El caso es que al melodramático Jack, el protagonista de La Mecánica del Corazón, le toca en mala suerte poner a prueba su músculo relojero enamorándose de una moza impresentable. El género femenino digno de confianza, inspira poco a los escritores de éxito, salvo excepciones fuera de serie. El público parece aburrirse cuando se le ofrecen historias sobre parejas felices sin problemas cardíacos, de ahí que nadie las publique. Vende más el morbo del desgraciado infeliz con enfermedad coronaria crónica, enamorado de la femme fatale de bonita fachada e interior repleto de ocultas espinas, antes que la sublime serenidad del amor más sencillo y sincero del mundo. Debería alguien equilibrar la balanza redactando en algún momento apacibles cuentos de amor correspondido y sentimientos saludables. Lo otro empieza a convertirse en un vicio nocivo, semejante a preferir la ginebra al agua de manantial o el ron pirata al zumo de naranja. El Museo de la Luna
A quien no haya leído el cuento, desde aquí le recomendamos la curiosa experiencia; no porque vaya camino de editarse cien veces en múltiples idiomas - eso no es garantía de nada - sino porque resulta de lo más interesante recuperar gracias a él la imaginación infantil. Obviamente, acabar amando-odiando a Miss Acacia de todo corazón, de novedoso tiene poco: ¿Qué mujer habrá inspirado alguna vez un amor ideal que no haya terminado convirtiéndose en irremediable desilusión? La musa del poeta Francesco Petrarca, por ejemplo; pero eso fue por dos motivos: Uno, que el platónico poeta jamás la conoció en persona; y dos, que la tal Laura murió muy joven y no le dio tiempo a generar mala vibra en él, aparte de su tristeza sepulcral. Es algo así como abrazar a un cactus cuyas espinas ya no pinchan porque el Sol lo ha convertido en polvo. Quien ame a una mujer bondadosa e inofensiva, tiene un tesoro fuera de lo común; ya puede dar gracias a las divinidades celestiales y rezar por su salud y longevidad, porque la belleza espiritual en las mujeres fue siempre tan poco frecuente como la cercanía del cometa Halley con respecto al planeta Tierra. Y lo sigue siendo; en creciente escala poblacional.
El caso es que al melodramático Jack, el protagonista de La Mecánica del Corazón, le toca en mala suerte poner a prueba su músculo relojero enamorándose de una moza impresentable. El género femenino digno de confianza, inspira poco a los escritores de éxito, salvo excepciones fuera de serie. El público parece aburrirse cuando se le ofrecen historias sobre parejas felices sin problemas cardíacos, de ahí que nadie las publique. Vende más el morbo del desgraciado infeliz con enfermedad coronaria crónica, enamorado de la femme fatale de bonita fachada e interior repleto de ocultas espinas, antes que la sublime serenidad del amor más sencillo y sincero del mundo. Debería alguien equilibrar la balanza redactando en algún momento apacibles cuentos de amor correspondido y sentimientos saludables. Lo otro empieza a convertirse en un vicio nocivo, semejante a preferir la ginebra al agua de manantial o el ron pirata al zumo de naranja. El Museo de la Luna