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Siglo XIX, Yanquilandia. Las familias McKay y Canfield se odian. Los brutales Canfield asesinan al patriarca de los McKay y su mujer envía a su único hijo a Nueva York para ser criado bajo la protección de su hermana. Veinte años más tarde, Willie McKay regresa a su localidad natal para hacerse cargo de la herencia paterna. Durante el viaje a la casa familiar se encuentra con la bella Virginia y ambos se enamoran. Sin embargo, cuando visita la casa de la joven, Willie se da cuenta de que Virginia es una Canfield. Y no solo eso: La familia enemiga mantiene vigente su guerra de clanes y están decididos a exterminar al descendiente de los McKay como si fuese una cucaracha. Pero... la Ley de la Hospitalidad les impide hacerle daño mientras él sea huésped en su casa. Ahora bien, cada vez que Willie pone un pie fuera de ella, no hay código de buena conducta que valga y los atentados contra su vida proliferan como envidia en cabeza de Caín...
Imaginativo melodrama cómico de raíces bíblicas y shakespearianas -e incluso cervantinas- Our Hospitality fue dirigido e interpretado en 1923 por Buster Keaton en compañía de la persona que más daño le ocasionó en toda su vida: Natalie Talmadge, su primera mujer y madre de sus dos hijos, Buster Jr. y Bob. El primogénito aparece al comienzo, en el papel de Willie bebé; el segundo nacería en 1924. Justo a continuación se deterioraría el matrimonio cuando la católica Natalie se declaró célibe; algo incomprensible e insoportable para un hombre tan repleto de testosterona como Keaton. Atención a la escena de las turbulentas aguas del río en el que acaban inmersos juntos; él renunciaba a usar dobles y pese a toda su fortaleza a punto estuvo de ahogarse en aquel rodaje, por exceso de riesgo. (Tanto líquido sin control y tanto peligro mortal no presagiaban nada bueno...)
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En realidad, la magistral cinta contiene múltiples secuencias memorables, como por ejemplo aquellas en las que intervienen el perro, el burro y el caballo... dejando patente el afecto que sentía Buster Keaton hacia los animales; (cualidad que lo emparenta aún más si cabe con su colega Charles Chaplin.) Aunque si hablamos de animales domésticos -o más justo sería decir de fieras cavernícolas- cabe recordar especialmente aquel momento en que un sádico troglodita está maltratando a su masoquista mujer en el porche de su casa y el ingenuo justiciero sale en defensa de la 'pobrecita' víctima, con quijotesco resultado. Una escena que de cómica en el fondo tiene muy poco. Y es que a base de malas experiencias se aprende que muchas veces en este mundo tan patético hay que reír por no llorar. El Museo de la Luna