"A mediados del siglo XIV, Antonius Block y su escudero, tras largos años como cruzados en Tierra Santa, han regresado finalmente a su Suecia nativa, una tierra hecha estragos por la peste negra." En la primera escena, el caballero y su escudero reposan sobre las piedras al lado del mar, mientras sus caballos, locos de sed, beben agua salada. Antonius Block se refresca y reza en silencio. De repente, mientras prepara sus alforjas, aparece una visita inesperada: ¿Quién eres tú? Soy la Muerte. ¿Has venido a por mí? Mucho tiempo llevo ya en tu compañía. Lo sé. ¿Estás preparado? Mi carne teme, pero yo no. (La Muerte extiende su capa oscura acercándose). ¡Espera un momento! Todos decís lo mismo, pero yo no concedo aplazamientos. Tú juegas al ajedrez, ¿no es así? ¿Cómo lo sabes? Lo he visto en pinturas. Sí, soy un jugador bastante habilidoso. Pero no tanto como yo. ¿A qué se debe tu deseo de jugar contra mí al ajedrez? Eso es asunto mío. Desde luego. (Se sientan a ambos lados del tablero.) El tiempo que te resista, viviré. Si venzo, me dejarás libre. (La Muerte asiente con un leve gesto afirmativo. El caballero esconde dos fichas en sus manos y la muerte elige el color al azar.) Para ti las negras. Resulta apropiado, ¿no te parece? (Y se inicia la partida.)
En la segunda escena, Antonius y su escudero se topan directamente con la peste en forma de víctima, un hombre en mitad del camino, cuyo fiel perro sigue acompañándole pese al largo tiempo transcurrido desde que expiró. El escudero se baja del caballo para pedirle información, descubre el cadáver y se vuelve a montar. ¿Te ha indicado la dirección? No exactamente. ¿Qué dijo? Nada. ¿Era mudo? No, mi señor. Ha sido tremendamente elocuente. ¿En serio? Sí, se ha explicado con diáfana claridad. Pero en un tono muy sombrío.
- Yo quiero entender, no creer. No debemos afirmar lo que no se logra demostrar. Quiero que dios me tienda su mano, vuelva su rostro hacia mí y me hable. - No habla. - Clamo en las tinieblas y desde las tinieblas nadie contesta a mis clamores. - Tal vez no haya nadie. - Pero entonces la vida perdería todo su sentido. Nadie puede vivir mirando a la Muerte y sabiendo que camina hacia la Nada. - La mayor parte de los hombres no piensan ni en la Muerte ni en la Nada. - Pero un día llegarán al borde de la vida y tienen que enfrentarse a las tinieblas. - Sí. Y cuando llegan… - ¡Calla! Sé lo que vas a decir. Que nos hace crear el miedo una imagen salvadora y esa imagen es lo que llamamos "dios".
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